Es una sensación horrible, levantarte entre palpitaciones en las sienes, sudor y pinchazos como alfileres en el pecho. Intentas orientarte en medio de la oscuridad, buscando a tientas la luz y deseando aplicar algo de claridad entre el parkinson que devora tu cuerpo.
Y entonces, te acuerdas. No gritas por no despertar a los que moran la casa, pero lo deseas con todas tus fuerzas, casi tanto como olvidar todo lo que tu mente ha deformado mientras dormías. La sangre, las mutilaciones, los gritos de súplica y dolor, tus miradas de indiferencia y... El cuerpo de quien amas arrojado en el suelo, como si no importara, como si no fuera nadie.
Te sube una angustia hasta la garganta que te da arcadas, TÚ te das arcadas. Y entre las ganas de vomitar y las incesantes presiones del corazón, lloras por la imagen en tu cabeza... Pero sobre todo porque lo has hecho tras tu subconsciente.